ESTE RELATO SE ENCUENTRA PUBLICADO EN LA ANTOLOGIA "A PURO CUENTO" EDICIONES MIS ESCRITOS, 2009
La sombra de Martina
Ocurrió en agosto. Martina, siempre tan saludable, tan feliz con sus ocho añitos de risas, juegos y mascotas, comenzó a sentirse enferma en la escuela.
La primera vez, un jueves, Andrea recibió el llamado de la maestra a media mañana, mientras ordenaba la casa.
-Martinita se queja de un fuerte dolor de cabeza. Puede ser solamente un susto, pero sería mejor que vinieras a buscarla.
En efecto, la nena no estaba bien: la carita muy pálida, las manos frías y los ojos sin el brillo habitual.
-El comienzo de una gripe, pensó la madre, y se dispuso pasar los próximos días haciendo tés con limón y rallando manzanas verdes.
Pero esa misma tarde, después de haber dormido una corta siesta, Martina se levantó rozagante y con muchas ganas de jugar con los cachorros y hacer la tarea de Matemática.
Andrea dudó al principio, pero se la veía realmente tan saludable que se sintió aliviada y la dejó correr y saltar en el patio con los perritos de dos meses y la paciente siberiana de ojos azules.
La segunda vez fue en septiembre. Durante la clase de Educación Física, Martina tuvo un desmayo repentino. La directora llamó al auxilio médico y la doctora la reanimó después de un largo rato.
Esta vez, Andrea pidió turno con el pediatra, que la revisó sin encontrar nada.
-No es tan extraño- dijo el doctor- a veces una baja en el nivel de azúcar en la sangre, o un mal movimiento de las cervicales puede causar un mareo. De todas maneras, si vuelve a pasar, tráigala al consultorio y vamos a realizar algunos análisis.
Las dos volvieron una semana después. Se había sentido mal en casa de una amiguita, empezó a llorar y a quejarse de un punzante dolor en la frente. Andrea la acostó y le dio un analgésico suave. Tres horas después la nena volvía ser la misma.
Los análisis de orina y sangre estuvieron listos en pocos días y desconcertaron al doctor. Los resultados eran buenos, no había parásitos, ni siquiera una ligera anemia. Nuevamente el pediatra aconsejó esperar. Algo se estaba gestando, pero ¿qué? Nadie lo sabía.
El domingo siguiente, mientras veía televisión, Martina empezó a llorar:
-Me duele mucho, mami, me duele la cabeza.
-¿Qué parte de la cabeza, amor? ¿Acá? ¿En la frente? – Y le acariciaba el flequillo finito y largo.
-No, me duele acá – y se tapó ambos ojos con las manos.
Andrea sintió un repentino alivio: -¡Gracias a Dios! –pensó– No habíamos pensado en la vista. Es miope, quizás tenga que usar anteojos, pero no es grave. Muchos nenes usan anteojos.
Para asegurarse hizo que la chiquita leyera el título de un cuento de su libro de fábulas infantiles.
-No entiendo lo que dice, mami. Veo las letras, pero no puedo leerlas.
-¿Ves borroso, amor?
-Todas las palabras se mezclan, parece una sopa de letras.
Y la próxima consulta fue con el oculista. Era un hombre canoso, de mirada dura. La examinó con diferentes aparatos, y al terminar, hizo salir a la chiquita con la secretaria mientras hablaba con Andrea.
-Esto es serio, muy serio. Todavía hay que hacer varios análisis, pero creo que Martina tiene un tumor en la cabeza, cerca de los nervios ópticos. Al crecer, presiona los globos oculares y le hace sentir fuertes dolores, mareos, pierde la visión por momentos.
-¿Se puede operar, doctor?- Preguntó Andrea con un hilo de voz.
La expresión del médico fue como un puñal clavado en su pecho, revuelto con saña.
-Es muy difícil, señora. No quiero mentirle: a veces sobreviven, pero quedan ciegos de uno o ambos ojos. De todas maneras, faltan estudios, necesitamos estar seguros. Quiero que sepa que vamos a hacer todo lo que esté en nuestras manos para que Martina no sufra.
Decidieron operarla a fines de noviembre. Los dolores eran cada vez más fuertes y perdía la vista durante días. Pero también había semanas de calma, en las que jugaba con los perritos y leía sus cuentos preferidos, hablaba con sus amigas por teléfono (había dejado de ir a la escuela un mes antes) y le pedía a Andrea que peinara su largo y fino cabello rubio.
Un día fueron al zoológico. La pasaron bien, sin dolores. Andrea sacó varias fotos, le dieron de comer a los animales, tomaron mucho sol y comieron comida chatarra al por mayor. Fue un día perfecto. A la noche, tuvo un ataque terrible, más fuerte que todos los anteriores, y no volvió a recuperar la vista.
Martina murió en el quirófano. El tumor maligno, enorme, había invadido extensas zonas del cerebro, por detrás del nervio óptico. El cáncer había devorado a su paso células y tejidos, destruyendo en pocos meses la vida de la nena.
Un mes después del entierro Andrea fue a revelar las fotos sacadas ese sábado de sol, cuando fueron tan felices. Martinita junto al estanque de los cisnes, arrojándoles galletitas. De la mano de un payaso de sonrisa enorme, y zapatones verde claro. Dándole de comer a un ciervito que asoma el hocico húmedo entre las rejas.
Pero al llegar a la última foto, Andrea se paraliza de horror. Marina está junto al vidrio del recinto de los osos polares. Los animales se ven al fondo, uno de pie y el otro nadando en la enorme pileta azul. Pero al lado de la carita de la nena, que tiene las mejillas rosadas y el enterito de jean, se ve el reflejo en el vidrio de otra Martina, pálida y con los ojos cerrados. Viste de blanco y tiene las manos juntas, como Andrea la vio por última vez al cerrar la tapa del féretro.
Hola! Bienvenidos a mi blog! Además de ser docente, observadora de aves y plantas, me gusta escribir y participo habitualmente de premios y concursos literarios. Escribo prosa y poesía, y tengo dos libros propios publicados. Mis poemas y relatos se pueden encontrar además en diez antologías de distintas editoriales. Que lo disfruten!!!
GRACIAS POR TU VISITA!!!
"UN TEXTO SIN PUBLICAR ES LETRA MUERTA" NO POR REPETIDA LA FRASE ES MENOS CIERTA. POR ESO QUIENES ESCRIBIMOS ANTE TODO QUEREMOS COMPARTIR NUESTRO SENTIR CON EL RESTO DE LAS PERSONAS. AQUI ESTAN ADEMAS ALGUNA DE LAS COSAS QUE PINTO... ESPERO LO DISFRUTES, LO COMENTES Y RECOMIENDES. VOLVE PRONTO A "ABRAPALABRA"!!!
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