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sábado, 11 de junio de 2011

ESTE RELATO GANO UN PRIMER PREMIO "UNIVERSO MARVEL DE HISTORIAS PARA COMIC"

OCASIONALMENTE, UN RELATO CAMBIA DE TITULO A LO LARDO DEL TIEMPO. EL SIGUIENTE RELATO SE TITULÓ ORIGINALMENTE "2021" PERO CUANDO SALIO LA PELÍCULA "2012" CAMBIE DE IDEA... POSTERIORMENTE SE LLAMÓ "CELULARES" Y POR ULTIMO GANÓ EL I PREMIO DE HISTORIAS PARA COMIC UNIVERSO MARVEL CON EL SUGERENTE TITULO "DE NUEVO HUMANOS". SE ENCUENTRA PUBLICADO EN MI ULTIMO LIBRO, "BUMERAN"

2021
Todo comenzó casi inocentemente, con los celulares. Al principio grandes como un medio ladrillo, feos y poco portables, se fueron perfeccionando hasta parecer pequeños objetos de lujo. Con cámara de fotos, filmadora, acceso a Internet, radio y sintonía de televisión… aparecieron modelos miniatura y extra chatos, que podían llevarse en la billetera o el bolsillo. El siguiente paso fue convertirlos en documentos de identidad, total, ¡todo el mundo tenía uno, aún los bebés! Y servían como tarjetas de crédito y pases para el transporte.
Muchas empresas registraban el presentismo de su personal con lectoras de estas mini-tarjetas celulares. Sin embargo, ante algunos abusos (empleados estatales que “pasaban” las tarjetas de sus compañeros, quienes llegaban tarde o directamente no concurrían a trabajar), los gobiernos comenzaron a idear nuevas soluciones para viejos problemas.
De allí a convertirlos en elementos insertables en el cráneo hubo sólo un paso.
Al llegar a los 10 años (los médicos consideraban que antes no era del todo recomendable para permitir el proceso de sutura de los huesos craneales) se insertaba un chip con una pequeña batería recargable entre el temporal y el parietal derechos.
La batería se cargaba gracias a las sinapsis neuronales; la energía producida a nivel celular por la bomba de sodio-potasio era más que suficiente para proveerla de una rápida y gratuita carga eléctrica. La invención de este dispositivo, capaz de aprovechar la energía cerebral para el funcionamiento del chip, en enero de 2015, fue uno de los mayores logros del plan SCG (Sistema Celular Global) y el verdadero impulsor de su éxito, ya que previamente se habían utilizado baterías externas, de larga duración pero bastante antiestéticas.



Todos los gobiernos aplaudieron el descubrimiento y se apresuraron a incentivar su uso masivo en la población. En un principio opcionales, y con un bajo costo de instalación, se hicieron luego obligatorios y de colocación gratuita en centros especializados costeados por el estado.
Las estadísticas mostraron que el SCG era inocuo para la salud y 100% funcional; durante los primeros cuatro años de uso en Estados Unidos sólo se registraron seis casos de rechazo o mal funcionamiento, cinco de ellos relacionados con tumores cerebrales previos o de desarrollo completamente independiente del aparato. El caso restante, la instalación de un chip defectuoso, fue solucionado en forma rápida y segura por los cirujanos.
La segunda generación de aparatos SCG se comenzó a instalar en niños recién nacidos. Gracias a su colocación, varios casos de robos de bebés fueron esclarecidos. A partir de allí el delito de secuestro desapareció del código penal, pues era imposible llevarse a una persona contra su voluntad sin ser detectado.
Quizás pueda pensarse que en las naciones más pobres no llegó esta tecnología, pero no fue así. La ONU, en un encomiable esfuerzo por equiparar las condiciones de progreso de los países ricos y los menos favorecidos, entregó y colocó gratuitamente en un lapso de 7 años unos 4.000 millones de aparatos en países de Africa, Asia y América Latina. Este proyecto fue costeado por el G-8 y el Banco Mundial.
El SCG se manejaba a través del pensamiento, y podía conectarse en forma inmediata con otros individuos, empresas o redes sociales. Facebook llegó en 2019 a 7.000 millones de conexiones diarias gracias a este sistema. El sueño del telepatía se hizo realidad en el siglo XXI: ya no era necesario discar, teclear o siquiera hablar para conectarse con otro ser humano. Las comunicaciones y el entretenimiento llegaron a su apogeo, un zapping continuo y lujurioso entre cine, videojuegos, televisión virtual y música que permitía sentir directamente cada cuerda de un instrumento, cada trémolo de la voz de una cantante…
El SCG era como una droga de sensaciones, un gozo de los sentidos, una útil herramienta para los gobiernos y una fuente de conocimientos inacabables para la ciencia… los investigadores se comunicaban directamente, mostrando sus ideas sin necesidad de palabras o dibujos, los educadores corregían las tareas de sus alumnos y les mostraban paisajes y fragmentos de videos vía cerebral, los literatos daban conferencias en las que los oyentes podían “sentir” la emoción del autor ante el mar o el bello rostro de una mujer…
Las ciudades se hicieron repentinamente silenciosas e inmóviles. La mayoría de los empleos urbanos comenzaron a ser virtuales, a excepción de algunos rubros como la construcción y el transporte de mercaderías. Este último, en especial como delivery o entrega de cadetería, se popularizó mundialmente como la forma de contactar al sujeto con el objeto a adquirir. No hacía falta “molestarse” hasta la tienda: la entrega era rápida y segura. Las grandes cadenas de supermercados y centros comerciales cerraron sus locales al público y sobrevivieron como almacenes desde donde partían los empleados de delivery, con motos eléctricas o cohete-patines a hacer entregas por toda la ciudad.
La contaminación urbana descendió, dando un respiro a estos ambientes tradicionalmente insalubres, pero aumentó en forma alarmante en las zonas periurbanas y rurales, donde fábricas y máquinas agrarias siguieron utilizando hidrocarburos fósiles para su funcionamiento.
Aunque los accidentes de tránsito descendieron a 1/100.000.000/anual las muertes por problemas relacionados con la obesidad, el sedentarismo y el estrés ocuparon su lugar. Y la gente se volvió más aislada y solitaria. La tasa de natalidad se redujo a tal punto que no se producía el recambio generacional: por primera vez en la historia del hombre la población empezó a disminuir, incluso en los países subdesarrollados.
Uno de los grandes cambios a partir de la implementación del SCG fue que el transporte de pasajeros se hizo totalmente innecesario. Ya no hacía falta viajar para “ver” paisajes o contactarse con el otro. Ese tipo de acciones se consideraban “cosas del pasado”. Continuó sí, el transporte de mercaderías por medio de barcos, aviones y carreteras.
El empleo de “conductor de mercaderías” (piloto, capitán o chofer) comenzó a ser el mejor pago entre todos los oficios; se consideraba que ejercerlo durante unos cinco años permitía ahorrar lo suficiente como para retirarse de por vida como un potentado. Si embargo, se lo calificaba de insalubre, no sólo porque eran trabajos manuales, que requerían acciones reales sobre los objetos, sino principalmente porque para realizarlos el individuo debía someterse a la remoción del chip celular.
En efecto, ningún conductor de vehículos podía tener colocado el SCG, ya que las distracciones causadas por el aparato, entretenimiento e información contínuas, habían causado un gran número de accidentes en los primeros años del programa. Aunque la normativa ordenaba desconectar el aparato en las horas de trabajo, se registraban continuas violaciones a la ley, y permanentes descuidos con resultados desastrosos. En dieciocho de los veinte aviones comerciales caídos y los quince barcos encallados durante 2018 las causas estuvieron relacionadas con el uso ilegal de SCG por parte de los pilotos y capitanes.
Por consiguiente, una reglamentación internacional avalada por la ONU decretó el retiro de los chips SCG de “todo el personal afectado a la conducción de vehículos comerciales, en tanto ocupen ese cargo, instalándose nuevamente en forma gratuita al retirarse de la actividad…” (Ley 23/2020, art.1)
El uso en su lugar de aparatos externos de comunicación, útiles pero nada atractivos, logró los efectos deseados, con una tasa de accidentes bajísima y un aumento de la puntualidad de los servicios de un 300%.
Con un fuerte incremento en la calidad de vida, la baja criminalidad y la deflación poblacional, los problemas de la humanidad parecían casi resueltos…
El 17 de abril de 2021 un virus filtrado a través del sitio Twitter al servidor-madre del SCG en Kuala Lumpur y retransmitido en segundos a los nodos de cada continente colapsó la totalidad de los microchips insertados en 8.000 millones de humanos de todo el planeta. Los chips sufrieron cortocircuitos que literalmente “frieron” el cerebro de los humanos, causando su muerte instantánea. El 99,99 % de la humanidad murió a las 17:32 (hora de Greenwich)
Los que sobrevivimos, los choferes de camiones, los cadetes de delivery, los pilotos de aeronaves o transpor-cohetes, los capitanes de buques-container somos los únicos humanos vivos en el planeta.
Casi no hay mujeres, yo no he visto una mujer desde que estamos solos. Supongo que debe haberlas, ya que aunque pocas, existían conductoras antes del “incidente”. Espero que hayan sobrevivido, que no hayan muerto con la peste que se desató por los millones de cadáveres que contaminaron aire, suelo y agua. El mundo se volvió un cementerio a cielo abierto, y el olor fue terrible hasta que llegamos a impregnarnos con él y ya casi no lo notamos.
Las ciudades son inhabitables. Mi última visión antes de huir de Buenos Aires fue la de miles de cuerpos pudriéndose al sol. Caminé mucho desde entonces, evitando los pueblos, entre rutas que empiezan a ser tragadas por la vegetación.
Gran parte del ganado murió también. Hemos pasado hambre. No estábamos preparados para sobrevivir en la naturaleza, cazando y recolectando frutos. No tenemos la fuerza, la agilidad ni la resistencia de nuestros antepasados. Tuvimos que escondernos de los depredadores. Los perros salvajes, devenidos lobos como hace milenios, atacan a los hombres vivos luego de cebarse con los cadáveres.
Los animales más abundantes hoy en día son las aves carroñeras y los perros salvajes. Las primeras tapan el cielo de tan numerosas, y son crueles e insaciables. Los segundos son más peligrosos que nada en el mundo, se mueven en grandes jaurías y comen todo lo que se mueve o respira. Desde lo alto de mi refugio en un árbol vi a uno de estos grupos, de unos cincuenta perros, atacar y despedazar a un yaguareté en cuestión de minutos. Aunque la fiera mató a una decena de perros, los otros lo descuartizaron y devoraron hasta los huesos, siguiendo luego con sus compañeros caídos.
Me he unido a otros dos hombres, uno chofer de camiones, el otro conductor de motos eléctricas. Entre los tres buscamos alimentos y tratamos de escondernos de las jaurías.
No sabemos qué pasará mañana, si podremos resistir al hambre y a los depredadores, y si valdrá la pena vivir un día más. El futuro del Hombre no está claro ahora.
Pero hemos vuelto a hablarnos. Recordamos el mundo como era antes de la Era de los Celulares. Escuchamos sonidos reales (el trino de un ave, el rumor del viento entre las hierbas) y aguzamos nuestros sentidos para detectar una posible presa o el aroma de un fruto maduro. Somos humanos de nuevo. Quizás, sí, quizás sobreviviremos.

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